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HISTORIA

DE LA COFRADÍA


En el nombre de Dios Padre, Hijo,
Espíritu Santo y de la Gloriosa Virgen Santa
María de los Caballeros.
Sea Amen en la Noble
y muy leal Villa de Cáceres, dos días del mes de
septiembre año del nacimiento de nuestro Señor y
Obispo de mil cuatrocientos y setenta. Estando los cofrades que fueron
en hacer y establecer y ordenar dicha Cofradía de la Bien
Aventurada, Gloriosa Señora de Santa María de los
Caballeros, de los cuales estando juntos y de buena concordia dentro en
las casas de mora, Valentín Blázquez, cantero y
hermano cofrade de la dicha Cofradía y en presencia de mi,
Juan Holguín, al cual tomaron por su notario de la dicha
Cofradía ordenaron las ordenanzas siguientes........
Así comienza a escribirse parte de la historia de nuestra
Cofradía, datada en el año 1.470 según
reza en los libros de ordenanzas.
La Cofradía de la Soledad es sin duda alguna.
una de las más antiguas de la ciudad y de las pocas que ha
mantenido una actividad ininterrumpida desde entonces.
Posiblemente
ya en aquellos primeros años existía la
piadosa costumbre de subir hasta el lugar donde se encuentra la ermita
del Calvario para escuchar sendos sermones el Domingo de
Pasión y el Viernes Santo.
No obstante, la documentación histórica con la
que contamos no nos permite precisar mucho más acerca de la
historia de la cofradía. Con posterioridad al 28 de
noviembre de 1582, fecha en que el obispo de la diócesis,
don Pedro García de Galarza, se erige en fundador y patrono
de la Santa Cofradía de Nuestra Señora de la
Soledad del Monte Calvario, a la que además une los bienes y
los fieles de otras tantas cofradías que por entonces se
encontraban en un estado de evidente ruina, como fueron las de San
Antón, Santa Marina, Santa María la Vieja... y,
por su importancia, la de Santa María de los Caballeros,
cofradía que había sido fundada en 1470 y cuya
sede no era otra que la iglesia de su mismo nombre, es decir, la que
hoy conocemos como ermita de la Soledad.
Con motivo de esta «reunificación», el
obispo otorga a la flamante cofradía unas ordenanzas (que
actualmente se conservan en el Archivo Diocesano), a la vez que nombra
a la primera junta rectora de esta hermandad, «porque la
muchedumbre trae confusión». El puesto de
mayordomo recayó entonces en Hernando Cambero Valverde, cuyo
hijo Diego sería años más tarde
teniente de corregidor y alcalde mayor de la villa de
Cáceres.
En las mismas ordenanzas se establecía cómo se
habían de celebrar las tres procesiones con las que contaba
la cofradía durante la Cuaresma y la Semana Santa. La
primera tenía lugar el Domingo de Pasión,
también conocido como Domingo de Lázaro, es
decir, una semana antes del Domingo de Ramos. Los cofrades
salían a las doce de la mañana de la ermita
llevando en andas la imagen Nra. Sra. de la Soledad, y se llegaba hasta
la otra ermita con que contaba la cofradía, la del Calvario,
en el camino que va a la Montaña, donde se predicaba un
sermón por un fraile del monasterio de San Francisco.
Después de celebraba una concurrida romería en el
transcurso de la cual se consumían las conocidas tortas
del Calvario, unos ricos bollos de pan amasado con huevo,
aceite, anís y azúcar.
El Viernes Santo, también después de
mediodía, se formaba en Santa María otra
procesión que subía hasta el Calvario, donde de
nuevo se predicaba un sermón por el mismo padre franciscano.
Concluido éste, se traía la imagen de la Soledad
cubierta de luto hasta la iglesia de Santa María.
Aunque no constase en las ordenanzas originales, desde muy pronto
también tuvo que desarrollarse durante este Viernes de
Pasión la llamada ceremonia del Descendimiento. Previamente,
por la mañana, se subía la imagen articulada de
Cristo hasta el Calvario, donde era clavada en una cruz junto a unos
monigotes que representaban a los dos ladrones, en el escarpado picacho
que circunda la ermita. Al compás que el fraile predicaba el
conocido como Sermón de las Siete Palabras, la imagen del
Crucificado era desclavado por otros dos sacerdotes que lo
introducían en una urna dispuesta sobre la gran mesa de
piedra que todavía hoy se conserva frente a la ermita. De
este modo, acompañado por la Virgen vestida de luto, ambas
imágenes bajaban hasta el casco urbano.
Nuestra Señora permanecía en Santa
María hasta la mañana del Domingo de
Resurrección, cuando, tras la predicación de un
fraile, esta vez de la orden dominica, se trasladaba la imagen
procesionalmente hasta su ermita. Desde 1609 la imagen de la Virgen iba
a acompañada de otra de Jesús Resucitado, una
obra excepcional del escultor Tomás de la Huerta (el mismo
autor de otra efigie tan querida por los cacereños como la
del Nazareno). Desgraciadamente, en 1930 la cofradía se
deshizo de ella para sustituirla por el Cristo de escayola que hoy
día procesiona.
Aparte de éstas, hubo un momento en que se celebraba incluso
una cuarta y muy curiosa procesión. Ésta
tenía lugar el Viernes Santo por la noche y en ella
sólo participaban mujeres, sacándose de nuevo y
en absoluto silencio la imagen de la Virgen en procesión por
las calles del casco antiguo. Sin embargo, en 1730 un edicto del obispo
acabó por prohibir ésta y otras procesiones
similares «por los muchos desmanes que se solían
cometer». Tan piadosa tradición no se
volvió a retomar al menos hasta 1863, y continuó
celebrándose hasta que de nuevo se interrumpió en
los años previos a la guerra civil.
A finales XVIII surgen los primeros litigios con la
Administración, cada vez más dispuesta a gravar
los bienes de las cofradías y otras instituciones religiosas
de carácter piadoso y asistencial. Se estaban dando los
primeros pasos que conducirían al proceso desamortizador, el
cual, como es de sobra conocido, trajo consigo fatales consecuencias
para el patrimonio y el futuro de muchas cofradías
cacereñas. La de la Soledad se vio privada de las rentas que
le reportaban el arrendamiento de más de una docena de
inmuebles urbanos y de unas viñas que poseía en
Montánchez. Esta «crisis
económica» repercutió negativamente en
el número de hermanos, que de llegar a alcanzar el millar a
principios del siglo XVIII se vio reducido a menos de la mitad al final
de la misma centuria. Como reflejo de estas nuevas circunstancias y,
sobre todo, por la presión ejercida por las cada vez
más difíciles relaciones con la autoridad
episcopal, el 9 de marzo de 1808 se aprobaban unas nuevas ordenanzas
que habrían de regir la organización, el
funcionamiento y la gestión de la hermandad durante los
años siguientes. En ellas se manifestaba que la
cofradía de la Soledad había sido fundaba por la
nobleza de la villa, algo que ni por asomo era cierto, pero que
servía de argumento para legitimar el peso que esta clase
social había ido adquiriendo dentro de los
órganos directivos en detrimento de las más
populares
En 1867 se creó un grupo de dieciocho alabarderos vestidos a
la romana. La función de estos
«soldados» era la de montar guardia en la ermita
desde el Jueves Santo hasta el Viernes por la noche, y durante todo el
día no podían alejarse más de diez
pasos de allí, de manera que para comer y descansar
disponían de turnos y de una habitación en la
propia ermita, dentro de la especie de cripta que todavía
hoy se conserva. Durante la procesión del Santo Entierro
todos ellos escoltaban a la imagen del Cristo Yacente por las calles de
la ciudad. Poco a poco, la fama de estos alabarderos fue decayendo, ya
que en no pocas ocasiones dieron lugar al escándalo por sus
mofas y peleas durante el transcurso de la procesión.
De acuerdo con las nuevas disposiciones del Derecho
Canónico, la Cofradía de la Soledad tuvo que
reformar de nuevo sus ordenanzas 1878. Según estos nuevos
estatutos, la directiva quedaría formada por el
párroco de San Mateo, el abad del cabildo
eclesiástico, tres diputados, de los que el primero
sería mayordomo, tres supernumerarios que ejerciesen en
ausencia o enfermedad de los anteriores, un secretario, cuatro
oficiales del estado general, un portero y un muñidor.
Después de un siglo XIX que podemos considerar de
decadencia en todo lo que respecta a la Semana Santa Cacereña en
general, la cofradía conoce un especial auge en los
primeros años del siguiente. Es entonces cuando se
incorporan a sus desfiles los hermanos de escolta, vestidos con un
capuchón y lujosas túnicas negras de cola. Esta
innovación fue propulsada por don José
Elías Prast, administrador de los Condes de Torres Arias y
Marqueses de Santa Marta (en cuya rama femenina venía
recayendo el cargo de camarera de Nra. Sra. de la Soledad). Este
caballero, natural de Écija, sintiendo añoranza
de la brillantez de los desfiles procesionales de su tierra,
impulsó desde la alcaldía de la ciudad
(1906-1908) un resurgir de nuestra Semana Santa.
La procesión del Santo Entierro de 1937 (quizás
la más multitudinaria que ha conocido nunca la ciudad de
Cáceres) contó con la nota exótica de
la presencia de una banda de gaiteros irlandeses, que por aquellos
meses se encontraban de gira por distintas provincias
españolas aliviando con sus conciertos los rigores de la
guerra.
Cuentan nuestros abuelos, que cuando la Cruz Guía
volvía de procesionar hacia su Ermita, aun no
había salido la Virgen de la Soledad a la calle, del
acompañamiento tan numeroso que llevaba el Cristo Yacente.
En el año 2000, con motivo de la restauración del Cristo Yacente articulado, asi
como la construcción de una nueva urna y anda para procesionar. Una sección del
Tercio Alejandro Farnesio de la Legión Española, escoltó durante la procesión a
mencionado paso.
Por lo que respecta a nuestra otra Ermita, en 1996 después de una costosa
reconstrucción del Calvario que se encontraba en total abandono, motivado
principalmente por las obras para la construcción del deposito de aguas que se
encuentra en la carretera de la Montaña, la cofradía recuperó su tradicional
romería del Domingo de Lázaro, que llevaba décadas sin celebrarse, y, aunque hoy
día ya no tiene lugar la ceremonia del Descendimiento, se sigue procesionando
por los alrededores de la ermita, con
gran fervor por parte de hermanos y fieles. Es en este día donde se recuerda a
los difuntos de la Cofradía y se imponen las medallas a los de nuevo ingreso.

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